miércoles, mayo 26, 2004

¿Por qué TAWABURENI?

El último fragmento (de El Libro de la almohada), interpretado como un epílogo (batsubun), fue objeto especial de análisis. Algunos -para desilusión de los admiradores de Sei- sostienen que se trata de un agregado posterior y ajeno, escrito con la intención de ordenar los textos dispersos. Los eruditos se basan para ello en que la narradora, al decir en este fragmento que escribe para su diversión, emplea el adjetivo tawabureni, en tanto que el que aparece repetido 466 veces entre otros 3660 del texto es el adjetivo okashi. Tampoco falta la interpretación autobiográfica: Sei habría escrito el epílogo a los 37 años (los 36 de Occidente) -edad ominosa para las mujeres, cuando muchas se hacían monjas- y el tono melancólico se debería a esta conciencia de fin de una etapa.

[...]Pero hay que destacar que Sei Shônagon fue la pionera de un género propio de la literatura japonesa, que aún está vigente en la actualidad: zuihitsu, el ensayo fugaz y digresivo, literalmente "al correr del pincel", farrago libelli sobre emociones, observaciones, apuntes autobiográficos o poemas, carente de una orientación predeterminada; una dispersión del sujeto en fragmentos. Algo tan típicamente japonés como la literatura de los diarios (nikki bungaku).

(Fragmento del Prólogo de El Libro de la almohada, de Sei Shônagon, por Amalia Sato, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2001)


Anochece (epílogo de El Libro de la almohada, Japón, siglo X)

Anochece y apenas puedo seguir escribiendo. Sin embargo, me gustaría dejar terminadas mis notas por completo, haciendo un último esfuerzo.

Escribí en mi habitación estos apuntes sobre todo lo que vi y sentí, pensando que no iban a ser conocidos por nadie. Aunque mis anotaciones son triviales y sin importancia, podían parecer malintencionadas e incluso peligrosas a otros, por eso he tenido cuidado en no divulgarlas. Pero ahora me doy cuenta de que, así como inevitablemente brotan las lágrimas, según dice el poema, del mismo modo estas notas dejarán de pertenecerme.

Un día, el Ministro del Centro entregó a la Emperatriz una pila de cuadernos. La Emperatriz me preguntó: "¿Qué se podría escribir en ellos? El Emperador ya está redactando los Anales de Historia". Entonces yo le contesté: "Si fueran míos, los usaría como almohada". La Emperatriz me dijo: "Entonces, quédatelos", y me los dio.

Comencé a llenarlos con el relato de rarezas sobre hechos del pasado y toda clase de asuntos. Llené una enorme cantidad de hojas. En mis notas hay muchas cosas incomprensibles. Si hubiera elegido temas que las demás personas consideraran interesantes o espléndidas, o si hubiera escrito poemas sobre árboles, plantas, pájaros o insectos, los otros podrían juzgar mis escritos, tendrían derecho a afirmar "conocemos sus sentimientos". En otras palabras, la crítica sería admisible.

Pero mis notas no son de esta clase. Escribí para mi propio entretenimiento, y apunté únicamente lo que sentía. Nunca esperé recibir, sobre estos escritos casuales, comentarios tan importantes como los que se dedican a notables libros de nuestro tiempo. Me sorprendo cuando escucho cómo los lectores aseguran que se sienten apabullados ante mi trabajo. Pero es natural que actúen así: conozco la mentalidad de aquellos que hablan bien de lo que detestan y critican lo que les gusta. Por eso todavía lamento que hayan leído mi libro.

1 Comments:

At 6:14 p. m., Anonymous Anónimo said...

me gusta el nombre

t

 

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