martes, junio 08, 2004

Los ojos de la chica rubia

Por Ignacio Andrés Amarillo

La chica rubia está sola. Hay mucha gente alrededor, pero esencialmente está sola. Sale de las entrañas de la tierra, su pelo al viento, moviéndose según una rutina muy bien estudiada. Al menos eso la distrae un momento de la soledad.

La chica rubia tiene miedo. Se desviste ante las cámaras, arquea la espalda, se toma los generosos pechos a manos llenas, y abre los ojos. Entonces, la chica rubia está más desnuda en esa mirada que en la pictórica desnudez de su cuerpo. Un cuerpo tan bello que no deja ver el pedido de auxilio que envían esos ojos.

La chica rubia piensa que ya no es una chica, pero tampoco cree ser una mujer. Ha estado tanto tiempo bajo los reflectores que no sabe cómo apartarse para ir a llorar un rato en la oscuridad. En realidad, la chica rubia sólo sabe jugar a este juego, y no sabe cómo pedir un descanso de vez en cuando.

La chica rubia siente el peso de ser la chica rubia, y de que todo el mundo pretenda que ella sea la chica rubia, y teme que la dejen aún más sola si acaso intentara ser otra cosa.

La chica rubia está otra vez en escena, delante de millones. Sonríe, y sus ojos brillan repentinamente. Alguien está elogiando su maquillaje. La chica rubia cierra los ojos, respira profundamente y vuelve a sonreír. Ahora tampoco es momento de llorar.