jueves, diciembre 02, 2004

Santa Fe de Película: Hacia un cine nacional y popular

Entre el 28 de octubre y el 3 de noviembre pasados tuvo lugar la 1ª Muestra de Cine Argentino de Santa Fe, denominada Santa Fe de Película; la misma contó con la organización del Cine Club Santa Fe (encabezado por Juan Carlos Arch y Cristina Marchese) y la Fundación Fernando Birri, con la coordinación general del Grupo Santa Fe Muestra (Paulo Ricci, Marilyn García y Paula Niklison). Nueve películas nacionales y cinco extranjeras en siete jornadas (acompañadas de cortometrajes argentinos premiados, encabezados por el ya mítico El hombre sin cabeza, de Juan Solanas, que supo ganar la Palma de Oro de Cannes y Cesar francés) demostraron el estado del arte en cuanto a una cinematografía que pretende despegarse de los mandatos de la industria norteamericana, demostrando que, como dice la canción, “This is not Hollywood, like I understood”.

Como si todo esto fuera poco, la ocasión fue el debut del Cine América (sede del Cine Club) como Espacio INCAA Km 500, Con esta modalidad la gestión de Jorge Coscia al frente del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales de la Nación busca consolidar los espacios de difusión de cine argentino y de cine arte, para que la institución pueda no sólo financiar a los realizadores vernáculos, sino también ayudarlos a dar a conocer su obra; a tal fin, se equipa a las salas con las comodidades suficientes como para competir con los fastuosos multicines, para tratar de rescatar lo que estos dejan pasar.

A continuación trataremos de hacer un repaso del material presentado en esa frenética semana.

Las películas latinoamericanas

Esta sección estuvo integrada por obras provenientes de países con una fuerte tradición fílmica, a la vez que cercanos al gusto y al oficio argentinos. Desde Uruguay llegó Aparte, de Mario Handler, un crudo documental que se entromete en las vidas de un grupo de jóvenes habitantes de un “cantegril” (villa miseria) de Montevideo, excluidos de neta marginalidad, que buscan aferrarse a la vida en medio de una realidad que ya es deprimente para el espectador. La calidad del material se ve golpeada por la mala calidad del sonido directo (de paso convengamos que la sala del América no colabora en nada a la audición), aunque eso no impide que estos desplazados se muestren planamente ante la cámara (a veces incluso, manejada por ellos mismos).

Brasil aportó tres películas muy personales y muy diferentes entre sí. Iniciándose con una presentación de títulos creativa, de esas que tanto gustan ahora en Hollywood (hay estudios que se dedican a esta actividad exclusivamente), Durval Discos, de Anna Muylaert, se construye como una comedia psicótica, profundizado el demencial absurdo hacia el final, apoyándose en la calidad de los actores (con los excepcionales Any Franca y Etty Fraser a la cabeza, acompañados por una niñita que actúa como ningún niño argentino en mucho tiempo, al menos antes de Valentín). La segunda colaboración del país vecino fue Amarelo manga, de Claudio Assis, un entrecruzamiento de historias personales en la ciudad de Recife, entre personajes marginales en más de un sentido, las cuales se verán transformadas en ese juego intersubjetivo, con la ciudad como tablero. Difícil, algo lenta, merece una mirada atenta por parte del agotado “espectador festivalero”.

El tercer film brasileño (en realidad una coproducción con Cuba) es la esperada Rocha que voa, de Erik Rocha, hijo del mítico Glauber, a quien trata de capturar en su esencia el arte y el pensamiento vivo de uno de los mayores exponentes del cine latinoamericano, parte de una era en la que justamente arte y pensamiento estaban unidos intrínsecamente a la idea de liberación de los pueblos. A través de entrevistas a sus contemporáneos, la referencia a sus películas y la palabra del mismo Glauber, el heredero recompone en la figura de su padre, mas allá de una carrera, el espíritu de una época en la que el cielo estaba cerca de las manos.

Justamente desde Cuba llegó el último film foráneo, la promocionada Suite Habana, de Fernando Pérez. Acompañando la jornada de varios habitantes reales de la capital de la isla, el director construye una representación que destila un cierto tufillo a realismo socialista o a institucional turístico, que desmerece ciertamente lo que de la película se dice. Por ejemplo, todos manifiestan inquietudes artísticas (es decir, superan la contradicción entre el obrero y el intelectual, premisa de la vulgata comunista) mientras miran por TV al diputado Silvio Rodríguez Domínguez bajo retratos del Comandante Guevara De la Serna...

El cine argentino

La velada inaugural estuvo dedicada (además de a la cerveza “local” y a uno ricos chipás previstos para que nadie salga doblado del cine) a El perro, film con el que Carlos Sorín continúa el éxito obtenido con Historias mínimas, su anterior trabajo. Así, actores no profesionales se suman al paisaje patagónico para contar las pequeñas grandes vicisitudes del hombre común, golpeado por circunstancias más allá de su control: el protagonista, encarnado por el garagista Juan Villegas (que estuvo presente esa noche), es un desocupado que descubre en el dogo argentino del título la manera de rehacer su vida.

También se presentó Próxima salida, de Nicolás Tuozzo, quien narra la traumática influencia que tuvo aquel “ramal que para, ramal que cierra” sobre la vida de un grupo de ferroviarios de distintas edades. El hijo de Leonor Benedetto (actual novia de “el Alberto” inaugura el proyecto San Luis Cine, con un superelenco integrado por Darío Grandinetti, Mercedes Morán, Ulises Dumont, Pablo Rago, Vando Villamil, Oscar Alegre y Valentina Bassi.

Alejandro Agresti vuelve a la carga con Un mundo menos peor, con una buena parte del elenco de Valentín: quizá sea un error repetir la formula Julieta Cardinalli-Rodrigo Noya-Mex Urtizberea; también se lucen Carlos Roffé, Mónica Galán, Lidia Catalano y Ulises Dumont. “Basta con el Proceso”, se oyó decir a un espectador, algo enojado con el cineasta, quien luego de este film se puso a trabajar con actores anglosajones, como Gena Rowlands o el australiano Geoffrey Rush.

Pablo Trapero recupera con Familia rodante algunos puntos que había perdido con El bonaerense, y colocó a su propia abuela, Graciana Chironi (otra simpática visita de esa semana), al frente de una inverosímil travesía familiar, que como toda road movie que se precie exhibe, además del viaje físico, un devenir en las relaciones humanas y en el espíritu de los protagonistas.

Dolores de casada, del debutante Juan Manuel Jiménez (su prontuario lo sindica como colaborador de Diego Kaplan en la inimputable ¿Sabés nadar?) es una película netamente de actores, y basa su fórmula en excelentes diálogos (escritos por Victoria Galardi) sostenidos por la dupla Javier Lombardo-Mirta Busnelli. Acompañan con nivel Jazmín Stuart, María “Melli” Marull (gracias Pato Galván por descubrirlas) y un indescriptible Pancho Ibáñez.

En El Nürenberg argentino, Miguel Rodríguez Arias (aquel de Las patas de la mentira) recupera los archivos del mítico Juicio a las Juntas, para reconstruirlo 20 años después con ayuda de algunos participantes, entre los que se destacan el juez León Arslanián, el fiscal Julio César Strassera y la periodista Miriam Lewin, sobreviviente de la ESMA. No inventa ninguna pólvora, es un documental más, pero no estar mal repasar esos momentos de nuestra historia.

Martín Lobo escribió y dirigió Dos ilusiones, una “comedia cruel” en las que los pases humorísticos y el tono cómico no logran ocultar las terribles situaciones que enfrentan dos jóvenes tratando de abrirse camino en el mundo de la actuación. Matías Santoianni y la despampanante Claudia Albertario (“¡uh, cómo estoy!”), junto a Gerardo Romano (siempre bien), Juan Acosta, Carlos “Dominicci” Portaluppi, Diego “Todo X $2” Capusotto y Ana María Giunta. Ni la belleza de la protagonista logra sacar el regusto amargo que esta película deja en el espectador, sorprendido por la crudeza ligera de las situaciones.

José Santiso, ex director de fotografía de Héctor Olivera, estuvo detrás de Tacholas, un actor galaico-porteño, documental sobre la figura de Fernando Iglesias, (a.k.a. Tacholas, actor nacido en Galicia que filmó en nuestro país la friolera de 52 películas, trabajó con todas las figuras importantes y supo sorprender al mismísimo Lee Strasberg). La importancia de la obra radica en el redescubrimiento de un personaje algo olvidado por “el medio” y el público.

La fílmica semana finalizó con Extraño, “extraño” (valga a redundancia) film de Santiago Loza, que retrata las andanzas de un desapasionado y parco personaje, en la piel de Julio Chávez (acompañado por Valeria Bertucelli, esposa del obeso Vicentico). La cámara se mueve lentamente, con un tinte muy zen, muy oriental, y uno puede sentir que la vida se pasa mientras miramos la soledad de un arbolito en una plaza...

Así finalizó otro punto alto en el calendario cinematográfico santafesino, demostrando que nuestra ciudad se está volviendo una plaza importante para el séptimo arte y para la cultura en general.