lunes, octubre 18, 2004

VI Bienal de Arte Joven (10° Aniversario): Barajar y dar de nuevo

La última edición de la Bienal de Arte Joven organizada por la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y la Federación Universitaria del Litoral (FUL) pasó por el calendario cultural santafesino como un rayo, volando, y el que se la perdió se jodió. Ahora ha llegado el tiempo del reposo para los organizadores, que en algunos casos están bastante orgullosos (la revista Ñ de Clarín le dedicó un artículo al evento, tal como el popular diario lo hiciera con el Argentino de Teatro que pasó recientemente. Esto habla, entre otras cosas, de lo bien que está trabajando el Área de Prensa de la Secretaría de Cultura de la Universidad.). Pero no todas son rosas: a diez años de aquella primera Bienal fundacional, culturosa y algo bohemia, fogoneada por Laura Corral, es hora de que artistas, organizadores y público hagan algunos replanteos.

Nuevamente, los patios del Rectorado y la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (como ocurriera en 2000) recibieron la producción de los jóvenes artistas en música, plástica, danza, teatro, poesía, cuento, video, historieta, humor gráfico y fotografía.

Las cosas no habían empezado bien: el concurso que se hace siempre para definir la imagen gráfica de la Bienal quedó desierto por primera vez en la historia, siendo cubierta la carencia por el Área de Comunicación de la UNL.

Pero la inauguración de la semana reivindicó al evento, con la presentación de Orwelliana, espectáculo preparado especialmente para la ocasión por el grupo Andamio Contiguo, con dirección de Silvia Debona, Norma Cabrera y Rubén Von Der Thusen, y alrededor de cien artistas en escena. Desgraciadamente, quienes estábamos más cerca del frente de la casa de estudios no pudimos apreciar plenamente de algunas imágenes, en particular de las referencias a cada persona homenajeada en las ventanas. “La historia narra el enfrentamiento entre las distintas expresiones artísticas contra los postulados del discurso hegemónico que en todo momento aspira a silenciarlas”, adelantaron los integrantes de Andamio Contiguo. Al menos eso quedo claró para todos los presentes. Acto seguido, tras un video institucional, las puertas quedaron abiertas para el público. Hagamos ahora un breve repaso, si esto es posible, de lo que sucedió en la Bienal.

Dentro de las artes plásticas, llamó la atención la escasez de obras y, para algunos entendidos, el nivel irregular de las obras. Sí gustaron las obras en historieta (con algunas ideas llamativas), humor gráfico y fotografía, que estuvieron dentro de los cánones históricos de las especialidades. De la muestra de video realmente no vi nada, porque la chorrera de obras se dio en tres funciones en diferentes días pero a la misma hora (hubiera estado bueno alguna función en contraturno).
En cuanto a la sección de literatura, no es mucho lo que puedo decir: por una parte puede molestar a alguien que un participante del área manifieste una opinión al respecto; pero el mayor problema reside en que, más allá de haber apreciado algunas obras interesantes, la modalidad elegida (la lectura pública de las obras por sus autores repartida a lo largo de siete días) impidió a la gran mayoría disfrutar del conjunto de las obras, junto a ciertas cositas que se pierden en el paso a la oralidad, sobre todo en la poesía. Estaría bueno que los organizadores recuperen el sistema de Bienales anteriores, incluyendo la exhibición estáticas de las obras literarias.

De teatro podemos hablar poco: se presentó una sola obra en competencia, Taco Chino, dirigida por Raquel Romero Acuña y Vanina Oroño. Para que no se eche en falta, se invitaron dos obras fuera de concurso: Sueño de barrio, dirigida por Darío Giles, por el Taller de Teatro de la UNL, e Implosiona 1.0, por el grupo Andamio Contiguo; esta última no se presentó, por un problema con la disponibilidad del Aula Alberdi. En danza... sólo diremos que la categoría fue declarada desierta. Y de la música “no-rockera” vi poco, pero me atrevo a recomendar a Varinia Zelko (hija de Carlos, acompañada por su hermano Ramiro) y el grupo He Ko’Re, ambos dentro del territorio folklórico.

¿Y el rock?

La categoría rock estuvo filtrada por una Prebienal, con la idea de que lleguen las bandas más originales y destacadas a presentarse en el escenario mayor de la Bienal. Sin embargo, muchos de los veteranos bienalistas recordaron tiempos mejores: la discusión en todo caso cual edición fue la mejor, si la de 1998, 2000 o 2002. De todos modos, acá hubo menos grupos, y una originalidad mucho menor a la calidad técnica de los intérpretes; es decir, hay muchas bandas que suenan muy bien, pero suenan mucho a algo: por ejemplo, Blackend representa los Metallica de los 80 (de hecho, se hicieron conocidos como banda tributo a los patriarcas del trash), y Broody Mary a su versión más tardía (cuando Metallica se puso más grunge, a partir del disco Load). Dos de las mejores bandas del concurso, Toponauta y La Rueda, se hacen cargo de la herencia de Luis Alberto Spinetta, en distintas variantes (el segundo grupo es el más “progresivo” y setentoso, y a la vez, el que tiene los integrantes más jóvenes).

En cuanto a las “bandas gringas”, de Esperanza, Rafaela, San Jorge o San Justo, estuvieron dentro de su tradición: buen equipamiento, buena interpretación y mucha de esa falta de originalidad de la que estamos hablando. La excepción quizás sea 0 Db (Cero decibeles) de San Justo, y el colmo pase por La Pinona (San Jorge), que abrió con el cover de “Globo” de Cabezones y cerró con una copia idéntica de la versión cabezona de “Sueles dejarme solo”, de Soda Stereo (versión que esa sí era novedosa): con esto han inventado una nueva modalidad: el meta-cover.
Las nuevas tendencias sonoras estuvieron representadas por Sexi Sampler y Tecnoman, y en alguna medida por Nicolle (que fueron soportes de Babasónicos en abril). Otras bandas que se destacaron fueron Cul de Sac? (con Sebastián “Oso” Benaglio como frontman), Straight Hate (hardcore machazo), Parabellum (con la voz de Marilina Bertoldi), Líquido, Líquido Sagrado (son dos grupos diferentes) y veteranos como Irae o Anubis (me hablaron muy bien de Niebla Púrpura, pero la verdad es que no los ví).

Sí, ya sé, seguramente algún lector atento me recordará todas las bandas de la escena santafesina que, por tener cierta veteranía (o por colgadas o por desinteresadas, en otros casos), no estuvieron aquí... Algo para destacar es que, sabiendo que meter covers estaba prohibido (teóricamente significaba la exclusión del Primer Premio) muchas bandas se explayaron tocando hasta dos versiones de composiciones ajenas; actitud que no ha sido correctamente explicada.

Por el lado del público, convengamos que recién comenzó a acercarse al tercer día (lunes) y tuvo sus idas y venidas, a partir de un nucleo duro de fieles seguidores, caras reconocibles a través de los días (y muchos desde antes, en lo que a veladas rockeras se refiere). Como en la Bienal anterior, la FM de la Universidad, La X 107.3, transmitió la mayor parte de la sección rock, acercándola a un público más amplio. Y un detalle: el día miércoles no hubo función, según se dice para no chocar con la fecha que Molotov estaba dando en el Estadio Tecnológica.

A modo de conclusión

Como dijimos más arriba, en este décimo aniversario es, para todos los involucrados en la Bienal de Arte Joven, tiempo de barajar y dar de nuevo, y replantearse algunas cosas para el futuro. Los organizadores deberán esforzarse por cuidar a los creadores y acercarlos a la comunidad. El público tendrá que acompañar a sus artistas con mayor convicción, cuestionándolos, sí, pero exigiéndolos. Y los artistas jóvenes deben poner la inteligencia y el corazón en su obra, para darle a esta Bienal su verdadero sentido.