miércoles, septiembre 29, 2004

Requechos de la Bienal

En los posts que están acá abajo, he puesto los materiales que presenté en la VI Bienal de Arte Joven: los poemas "Argentino hasta el exilio", "Amber" y "Silencios", y los pseudocuentos "Una tarde de verano", "La banda" y "La cacería". . Espero que sean de vuestro agrado...

martes, septiembre 28, 2004

ARGENTINO HASTA EL EXILIO

(A propósito de “Argentino hasta la muerte” de César Fernández Moreno)

los mexicanos descienden de los aztecas y los mayas
los bolivianos y peruanos descienden de los incas
los centroamericanos descienden de los caribes que descubrió Colón
y los argentinos
los argentinos descendemos de los barcos
al menos en eso estamos todos de acuerdo
nunca iban a pensar nuestros abuelos gringos
que lo más importante que nos dejaban
lo que más valorarían sus descendientes es la nacionalidad
que ellos dejaron atrás cuando vinieron
para que los bisnietos y tataranietos recorran el camino inverso
¿acaso dentro de tres generaciones en algún lugar de Europa
se contará la odisea de los abuelos argentinos que se escaparon
del culo del mundo para empezar de nuevo y legarles un futuro
a sus hijos?
triste destino tuvimos en aquella patria nueva
hoy no tan nueva carajo que pasó con nuestro destino de grandeza
puta que es jodido ser argentino

el año 2000 nos encontrará unidos o dominados dijo el General
y la verdad es que la pegó dos veces
estamos todos en el fondo del tarro bueno no todos
algunos se salvan trepando usando nuestras cabezas como escalones
pero a la larga no tienen destino si no hay destino para todos
a menos que nos subamos de nuevo a los barcos
(algún chileno seguro que festejaría la idea)
se ve que los muchachos no eran tan buenos y ni vigilados fueron mejores
el que pudo robar robó
o más o menos
honestos hay en todas partes
donde hay un pobre que sufre hay una injusticia dijo Evita
parece que hoy hay muchas injusticias bueno se están ocupando
acabando con los pobres de a poco
que se rompa pero que no se doble dijo don Hipólito
parece que nadie se diera cuenta de que la manguera se dobló varias veces
y de don Hipólito ya no se acuerdan ni los que canta la marcha
no la combatiendo el capital sino la otra que también fue válida
cuando lo que valía era hacer algo por los ideales
hoy ya ni los cines se llaman Ideal
tienen nombre de cadenas extranjeras
bueno tal vez eso mismo les pasó a los ideales
pero bueno
esto pareciera que no es la discusión del momento
ahora hay que hablar del riesgo país viste como es eso
que no es lo mismo que hablar del país que pusieron en riesgo

lindo país es este para el disenso eso demuestra la historia
acá se deshacen de la gente en serio fuera de joda viste
unos pocos miligramos de pentotal sódico y listo al Río de la Plata
desde un avión y se escucha azul un ala de color del cielo
y todos cantaban Aurora y miraban para otro lado
o gritaban Argentina Argentina vamos carajo todavía
cuando Kempes se lucía contra Holanda en el Mundial
y afuera de la cancha la gente se desvanecía
dale campeón dale campeón
todavía tengo la banderita del Mundial de Francia
y ya se viene el próximo
lo lindo de los mundiales es que la gente se pone la camiseta
y revolea la bandera gritando Argentina Argentina vamos carajo todavía
pero cuando se acaba la fiesta volvemos a la historia de siempre
se guarda la bandera por otros cuatro años
y se vuelve a la historia de siempre
que vachaché
y bueno somos argentinos

los oficinistas sigue fumando
aunque cada vez son menos racionalización que le dicen
y los abogados siguen allí demandando
y la burocracia sigue impidiendo plantar el arbolito
de los uruguayos
inmigrante si como no ah pero usted es boliviano
pareciera ser un problema para algunos
como estarán de jodidos allá lejos en Latinoamérica que se vienen acá
mire que clases sociales quedan pocas
y la que está en el agujero crece allí abajo día a día
la política sigue pareciendo un tango
porque habla de cosas que no existen
la justicia social
y los malevos de Balvanera
glorias de tiempos idos
claro que la Argentina me sigue gustando
tiene cosas copadas viste fierita mentendés
porque por genética por contaminación por contagio
y hasta a pesar de mi voluntad
soy argentino

mi Buenos Aires querido
cuando yo te vuelva a ver
no habra más penas ni olvido
sur paredón y después
en mi noche triste
Maradó Maradó
hay gorro bandera y vincha
la pregunta del millón es por qué
seguir apostando a este país
si los que pusieron la mano en el fuego por él
ya se quemaron
será para no dejar caer el sueño de aquellos señores de Mayo
o por respeto a aquellos que creyeron que era una tierra de promisión
o en memoria de todos los que estaban convencidos del destino de grandeza
de este país
quizás esto es un error y no haya destino alguno
y la única salvación que quede sea irse
antes de que se hunda como el Principessa Mafalda
que haré yo aún no lo tengo claro
pero eso no es tan extraño
porque a fin de cuentas
soy argentino

AMBER

Tu nombre es el nombre
de una piedra dorada y cristalina
Tu sonrisa codifica
milenios de joven sabiduría
joven dama, mujercita
¿Quién será el dueño,
no de tus ojos, que sólo a ti te pertenecen
sino tan sólo
de una corta mirada llena de amor?
Si Dios fuera uno de nosotros
¿sonreiría satisfecho
por la fineza de Su creación
o se sumaría al coro de muchachos
que disputan tu corazón humano?
Sólo la eternidad
dará respuesta a este enigma.

SILENCIOS

No me digas que te diga
lo que nunca te digo
porque si te lo dijera
entonces
te quedarías conmigo
para siempre.

Una tarde de verano

Mayumi cruzó la calle de tierra picando su pelota. Se había escapado de su casa mientras su padre descansaba y su madre estaba en el templo. Su hermana Saeke estaba estudiando; por eso aprovechó para salir afuera en busca de sus amigos. Especialmente Higen, el menor de los Yoshimoto. Él tenía diez años, uno más que ella.

Mayumi sonrió: pensó en lo rara que se ponía Saeke cuando se cruzaba con Keiichi, el hermano mayor de Higen, de dieciséis años, la misma edad de Saeke. Mayumi no sabía mucho todavía de lo que era el mundo de la adolescencia, pero se imaginaba que en poco tiempo más se iba a ver envuelta en otras sensaciones... incluso tal vez miraría de otra manera a Higen. Pero eso sería en otro tiempo: otro tiempo que ya llegaría.

Con la misma despreocupación apareció Higen, ataviado con pantalón corto y camisa blanca, en medio del caluroso verano. Mayumi se acomodó los faldones de su yukata, como al descuido.

—¿Cómo estás? —dijo el niño, saludando con una mínima inclinación de cabeza.

—Aburrida —le respondió Mayumi, picando su pelota. —¿Vamos a jugar?

—Hace calor... —dudó el chico. Bueno, ¡vamos! —se decidió finalmente.



Keiichi llegó de la escuela en horas de la tarde. Se había demorado porque después de clases se había tenido que quedar para recibir una charla de parte de unos soldados. Le habían explicado lo que era la patria, lo que era el honor, lo que significaba el legado de sus ancestros. Pero Keiichi tenía otras cosas en la cabeza. Pensaba en las primeras salidas con sus amigos, y pensaba también en chicas. Especialmente en Saeke, esa vecina que tanto le gustaba. O él creía que le gustaba. En realidad no tenía muy en claro sus sentimientos; en todo caso, nunca había sentido nada parecido. Lo cierto es que sus amigos ya se daban cuenta y le hacían bromas al respecto, cosa que turbaba aún más a Keiichi.

Cuando entró en su casa, le sorprendió el silencio reinante, prueba de que su hermano no estaba.

Su madre estaba en la cocina, picando rábanos.

—Ya está atardeciendo —dijo la mujer, casi susurrando. —Y tu hermano aún no vuelve. Deberías ir a buscarlo. Tu padre volverá en cualquier momento, y querrá cenar inmediatamente.

—Sí, mamá, ¡enseguida voy! —exclamó el joven, sospechosamente obediente, mientras se inclinaba frente a la mujer. Supuso con quién estaba su hermano menor, e intuyó una buena ocasión para cruzarse con su vecina.

Su madre le vio partir a toda velocidad, y sonrió. “Qué rápido crecen,” pensó, y siguió picando rábanos.



Saeke salió de la casa, en busca de su hermanita. Su madre la había responsabilizado a ella al volver del templo... porque además no había terminado sus tareas. Sin discutir, se puso sus sandalias y salió a la calle, con los tasukigake aún sosteniendo las largas mangas de su kimono. No tardó en encontrar a Mayumi, jugando a las escondidas con Higen en la otra cuadra. Apenas había comenzado a regañarla cuando Keiichi dobló la esquina... y todas las prioridades cambiaron.

—Hola —dijo el muchacho, con un nudo en la garganta.

—Hola —le respondió la chica sin mirarlo, inclinando levemente el cuerpo.

—¿Cómo estás? —atinó a decir él, visiblemente nervioso.

—Bien —soltó ella, poniéndose colorada.

—Lindo día —opinó Keiichi, buscando conversación.

—Sí, caluroso —le contestó Saeke, y no pudo seguir.

—¿Qué hacés? —interrogó finalmente el joven.

—Vine a buscar a Mayumi. ¿Y vos?

—A lo mismo... digo, mi mamá me mandó a buscar a Higen —agregó Keiichi, avergonzándose por haber mencionado el mandato materno.

—Ah —manifestó Saeke. —Bueno, nos vamos, hasta la vista.. —Las dos hermanas hicieron una reverencia y dieron media vuelta.

—¡Esperá! —gritó el adolescente, y se asustó de su propia voz. Recompuso su coraje y se arriesgó. —¿Te gustaría salir a pasear conmigo mañana, o a tomar algo, o a hacer lo que vos quieras? —Recién entoces respiró.

Saeke no podía creer lo que estaba pasando. “Bueno”, musitó, “a las cuatro”, sin preocuparse si en su casa la dejarían, y salió disparada hacia su casa, arrastrando a Mayumi del brazo. Keiichi no se movió hasta que su amada se perdió de vista.

Esa noche, a la hora de dormir, Saeke sonrió para sí misma. Sus ojos brillaban. Mañana vería de nuevo a Keiichi, su primer amor. Mañana tal vez serían novios... Acostada en su futon, no podía dormirse, pensando en ese momento. Así, sin darse cuenta, se hizo de madrugada, y las primeras luces del día invadieron el cielo en su inexorable recorrido. A Saeke no le importó: “falta menos”, fue su conclusión. Pensó que esa fecha quedaría grabada para siempre en su memoria: 6 de agosto de 1945...



—Oh, Dios mío —atinó a decir el teniente Jameson. Sus ojos se abrían como ventanas de par en par en un día de tormenta, tratando de captar el suceso en toda su dimensión. La dantesca imagen que se desplegaba allí abajo excedía los límites de su comprensión.

—¿Qué hemos hecho? —le preguntó su copiloto, el sargento Stuart.

—Historia. Hemos hecho historia, mal que nos pese. Y será la historia quien nos juzgue —respondió Jameson. —Pegamos la vuelta —agregó finalmente, y encaminó a su avión, el Enola Gay, de regreso a su base, mientras un hongo de fuego y viento terminaba de arrasar con Hiroshima.

La banda

Hacía frío en Limerick, Irlanda.
Pero en el garage de los Hogan las cosas empezaban a ponerse calientes.

—Dejo la banda —dijo Niall, el cantante del grupo.

—¿Así nomás? —preguntó Noel, el mayor de los Hogan. Su hermano Mike miraba a uno y a otro, tratando de comprender.

—No sé, siento que en esta banda no voy a poder hacer carrera en la música —le respondió el vocalista.

—Gracias por lo que nos toca —masculló Mike.

—La verdad es que no me importa si te vas, Quinn. Lo que me preocupa es quién va a cantar —escupió Fergal, sentado en la batería, sin mirarlo.

Niall caminó hasta la puerta, y antes de abrirla, se dio vuelta y contestó:

—Hay una amiga de mi novia, que canta en el coro de la iglesia desde chica. Podrían probarla. ¿No te parece, Lawler?

—Por mí está bien —musitó Fergal.

—Decile que venga. Una prueba no se le niega a nadie —agregó finalmente Noel.



Ninguno llegó con demasiadas expectativas a la sala de ensayo. Noel quería saber si tendría diecisiete años como él. Mike sentía curiosidad sobre su apariencia: tal vez se parecería a Kathryn, la novia de su hermano, o a Siobhan, esa chica de la escuela que tanto le gustaba. Fergal pensaba en como sonaría el grupo con ella.

En ese momento tocaron a la puerta.

La que entró fue una chica flaquita, de pelo corto, y ojos profundos. Y sí, tenía diecisiete años.

—Vengo por la prueba —susurró.

Los muchachos se presentaron de a uno. Luego de unos segundos de silencio, la invitada también se identificó.

—Bueno, a ver, cantate algo —la desafió Noel.

La joven comenzó a entonar un himno, así nomás, a capella.

Y entonces explotó la magia.

“Mierda”, pensó Mike, mientras sentía como si un puñetazo celestial le cerrara el estómago. “Así debe ser la voz de las Banshees”, se dijo Noel, recordando las leyendas de su infancia. “Acá tenemos algo”, se iluminó Fergal, pasando la lengua por sus labios.

—Bueno, por hoy estamos —atinó a balbucear Noel. —Vení mañana y empezamos a trabajar en las canciones.

—¿Entonces estoy en la banda? —Ella parecía no creer en lo que estaba pasando.

—Perdón, ¿cómo te llamabas? —la interrogó Fergal.

—Dolores —respondió la chica flaquita, con tímido orgullo. —Dolores Mary O’Riordan.

—Vamos a la esquina, a tomar un café —propuso Mike.

—¿Podemos pedir pastel de arándanos? —preguntó Dolores.

—Sí, podemos —le respondió Noel. —Ahora podemos.

Y allí, sin casi sin proponérselo, comenzaron a hacer historia.

La cacería

Mudos relámpagos dorados del amanecer se colaban entre las cortinas de la habitación. “Las ocho y veinticinco”, marcaba el reloj de la videocassetera. Con sólo apretar “Power” y “Ch 6” se encendió la estación de radio deseada. Del equipo salió la introducción de “The Airplane Ride” de Nell Hampton, que en realidad es el prólogo de “One of Us”, el clásico de Joan Osborne. Mientras el agua crepitaba en la cocina, el hombre se entretuvo mirando largamente su rostro en el espejo del baño; posteriormente salió del sanitario, metiéndose la parte superior del pijama dentro del pantalón. En la sala, en la primera plana de un diario formato sábana doblado a la mitad, un hábil delantero festeja congelado mientras el líbero rival continúa eternamente caído en el verde césped de un estadio mundialista. Finalmente, el hombre trajo el café a la mesa. Puso una cucharada y media de azúcar, justo en el momento en que empezó a sonar “Nothing is Real But The Girl”, de Blondie. Sonó el teléfono.

—¿Sí? —preguntó.

—Es hoy —se escuchó del otro lado.

—¿Es hoy? —repreguntó el hombre.

—Sí —obtuvo por toda respuesta.

—Ah, bueno —respondió, y cortó.

El hombre revolvió el café con una pequeña cuchara. Desplegó el diario y comenzó a leer, mientras esbozaba una sonrisa beatífica.